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Siete
Carmen Ruiz Fleta
Dicen en el pueblo que una noche de invierno de no se sabe cuándo, ocho muchachas tramaron huir del secano a la búsqueda de aquel mar que un viejo vio una vez. Solo una de ellas regresó. Y por más que le preguntaron a la vuelta, nunca dijo qué les ocurrió a sus compañeras de escapada. Muda para los restos y anciana con quince años (pues su piel empezó a tornarse tronco de abedul) murió antes de llegar a la veintena.
Tiempo después y por casualidad, alguien encontró en el que fue su cuarto un papel manuscrito: “Imploráis al cielo, pidiendo agua o alguien a quien cobijar, desnudas como estáis. Siete alfiles indivisibles de huesudos dedos. Os creéis desgraciadas, y a pesar de veros así, mejor que yo estáis. Ojalá hubieran sido ocho los ladrones de almas”.
La historia se enredó pegajosa en la memoria de la gente. Intentaban olvidarla, pero nadie se atrevía a acabar con aquellos siete árboles (con sus siete sombras), que desde entonces custodiaban la entrada del pueblo presagiando el oscuro destino de sus habitantes.
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